miércoles, 17 de octubre de 2012
Francis Bacon
Interpretación del Papa Inocencio X de Velazquez. Una de las cuarenta interpretaciones que hizo de este mismo cuadro. Quizá este estudio del Inocencio velazqueño represente una vez más el estallido en mil rayos de la obsesión filosófica o política por el poder político del Pontífice. O por lo que Francis Bacon entendió que era obsesión por el poderío de la Italia renacentista. Cada trazo en amarillo es, más que rayo, el recorrido infame de una metralla, la salida a la velocidad de la luz de infinitos ajustes de cuentas con una paranoia por mandar, por imponer, por controlar. Por anular. Bacon, que había comenzado la década de los cincuenta –una vez más- con gran confusión personal, sitúa a su personaje en un entorno ficticio. A pesar de saberle entronizado en el cuadro original por los pinceles del maestro sevillano, decide ubicarlo en medio de barandillas curvas que alejan y aprisionan. Que condenan al retratado. Que lo aíslan y confinan. Es su particular sentencia. Al igual que fijar las manos a los extremos de los brazos de tan particular trono y, definitivamente, extender el velo vertical de pinceladas que trazan más sombra que luz sobre una figura en explosión.
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